Experimento escénico sembrado de hallazgos

Verónica Castillo y Yuliet Coello en "Paráfrasis en movimiento
sobre el tiempo y la edad de la ciruela", en el Olimpo
Llámala danza. Llámala teatro. Llámala mejor una invitación a la sorpresa.

En la propuesta del colectivo Klan Destino ocurren cosas inusuales. Inusuales y felices: una estructura que no reconoce fronteras entre el espectáculo de textos recitados y el del lenguaje del movimiento, bailarinas que toman la palabra, anuncios de radio de una infancia lejana convertidos en elementos musicales…

                                                           
Rosalía Loeza, Yuliet Coello y Verónica Castillo

Pero quizá el hallazgo más satisfactorio en “Paráfrasis en movimiento sobre el tiempo y la edad de la ciruela” es la manera en que muda acciones comunes, desplazamientos habitualmente irreflexivos y objetos ordinarios en hechos coreográficos agradables de ver: juegos de manos de la niñez, bofetadas, jalones de cabello, limpieza de pisos con el mechudo y, en la escena favorita de quien esto escribe, el arreglo de la casa con un par de plumeros que Rosalía Loeza, en el personaje de la criada, agita con violencia en una danza de enojo y reproche que por momentos suspende para hacer escuchar su monólogo hilarante.

El “experimento escénico”, como lo definía el programa de mano, se presentó el

miércoles 4 en el auditorio “Silvio Zavala Vallado” del Centro Cultural de Mérida Olimpo, como parte del festival de danza “Escenario Sur”. Con la dirección de Miguel Flota, es interpretado, además de Rosalía, por Verónica Castillo y Yuliet Coello y se inspira en el texto dramático “La edad de la ciruela” de Arístides Vargas.

El origen del montaje es “una historia larga”, dice Miguel. Resumimos: en el año 2000 la vio representada en el Olimpo por una compañía capitalina que hacía un paréntesis en el drama para presentar una escena dancística con un personaje sonámbulo. Miguel se sintió impactado por el texto, “que es muy lindo”, y se propuso alguna vez llevarlo a escena.
                                                                 

Hizo varios intentos, que continuaron cuando regresó en 2012 a Mérida después de varios años de residir en Ciudad de México. Para entonces ya había decidido realizarlo con bailarinas. El experimento escénico comenzó a cobrar forma en 2015, cuando Miguel llevó al cabo un laboratorio de movimiento de cinco meses con Verónica y Yuliet porque “tenía la idea de explorar algo diferente”.

Con la intención de que los resultados del laboratorio les sirvieran de base para “La edad de la ciruela”, profundizaron en el trabajo durante la residencia de un mes que Créssida Danza Contemporánea, que dirige Lourdes Luna, les invitó a hacer ese mismo año. En esa época Rosalía Loeza se unió al proyecto, cuyos avances se presentaron al final de la residencia y, en 2016, en el Centro Municipal de Danza.


La convocatoria a asistir en junio pasado al Festival Bienal Innexo Alternativo-Arte Escénico en Morelia lo tomaron como motivación para completar el espectáculo. “Para ese entonces”, recuerda el director, “ya me había sentado a trabajarlo un poco más en forma, pensando más seriamente en una dramaturgia, no pelearme en mi cabeza con una pretensión dancística ni una pretensión teatral, sino simplemente resolver las cosas como hasta este momento lo sé hacer”.

Miguel se preguntaba cómo podía narrar una historia cuyo valor poético reside en sus

palabras pero prescindiendo de ellas. “Si yo fuera coreógrafo a lo mejor se irían todos mis esfuerzos en traducir lo que está en la palabra en un lenguaje de movimiento; pero a estas alturas creo que no es suficiente. ¿Por qué no recurrir también a la palabra o a la composición visual o a la atmósfera sonora?”.

En el montaje, los movimientos, resultado del trabajo conjunto de director y bailarinas, se acompañan en algunas escenas por música que no lo es en sentido tradicional: con el fondo de un beat de batería, en una se sobrepone el sonido de una armónica que toca Miguel en vivo, desde el lugar a un costado del escenario donde da las llamadas y controla los efectos; en otra, a ese ritmo se le añade un scratch (el movimiento de un disco de vinilo hacia adelante y hacia atrás), y en una tercera, una sucesión de anuncios de radio de antaño, como los de Ray-O-Vac, Picot, Raleigh, Choco Milk, Canada Dry y Bandita.
                                                

Egresado de Ciencias de la Comunicación y con experiencia profesional en la publicidad, Miguel dice que “la publicidad y la mercadotecnia son un gran universo para espejarnos; una sociedad, cuanto más pretenciosa sea, más hipócrita se manifiesta en cuanto a la realidad de lo que ocurre y los personajes que proyecta”. Es por eso que echar mano de comerciales “me pareció una cuestión muy rica para presentar el absurdo de las convenciones sociales”.

El colectivo espera “hacer algo más” con el experimento escénico, con el que el director propuso “algo que fuera abstracto pero también digerido, ya sea que compartan mi lectura o no”. Porque para Miguel los artistas en ocasiones “nos volvemos sumamente egoístas, en lo último que pensamos es en el público”. “Casi el único cliente que tiene el artista escénico, sobre todo en el Estado, es el gobierno, eso lo vicia porque tiene resuelta la cuestión económica. Eso hace que se clave en su percepción muy particular de lo que quiere hacer y se olvida que alguien lo va a ver y hay un público ajeno al arte porque no lo entiende, no porque sea ignorante, sino porque no somos claros como artistas”.

“No es ser complaciente, es al menos buscar conectar con el público para entender qué
tiene en la cabeza para poder traducir un trabajo. Por eso la danza y el teatro no deberían desvincularse, juntos hacen un lenguaje muy complejo”.

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