Javier Atos: "Todo eso que me mantenía segregado ahora es lo que me hace yo"

Javier Atos en el espectáculo "En Yucatán los hombres ¡sí
bailan!", el 6 de mayo en el Teatro Armando Manzanero
Todos los motivos estaban dados para que Javier Atos no hubiera seguido el camino de la danza. En casa, en un principio se veía al breakdance como “cosa de maleantes”. Cuando se convirtió en papá, la búsqueda de seguridad económica para proveer a su hijo lo llevó a emplearse en una fábrica de Ciudad Industrial y “ser esclavo”. Y, al igual que sus compañeros en la cultura urbana, fue objeto de acciones de la policía, porque “si estábamos en cualquier parque practicando o planeando algo caía antimotín, había cateos, maltratos, porque eramos maleantes a los ojos de todos”.

En una actuación en 2012 Espacios Mayas y Algo Más, en
2014. Fotografía de 2012 Espacios Mayas y Algo Más
Pero Javier persistió y ahora, además de bailarín y coreógrafo de hip hop –entre otros géneros–, es maestro en varias escuelas de Mérida. Algunos de sus alumnos han sobresalido en concursos, como el Interamericano de Danza (CIAD) y el UPA regional.

“De dos años para aquí se ha reconocido mi trabajo, he logrado hacer un estilo, si ven bailar a mis alumnos dicen que son míos”, confiesa Javier, a quien la gente le ha dicho que le agrada verlo en movimiento porque “sabroseo la música”.

Javier Antonio Chim Sánchez (lo de Atos lo eligió como alusión a “Antonio” y “Sánchez” y por el mosquetero imaginado por Dumas) pasó los primeros años de vida en el sur de Mérida, donde hace 34 años bailar no era una opción para los varones. “A escondidas bailaba, no sabía qué hacer, era nada más sentir la alegría de la música con mis hermanitas”.



“Mis primos empezaron con el rap y me enseñaron pasos, pero para mis papás era mal
visto, algo que me iba a llevar por mal camino”. La incursión en el box a iniciativa de su padre no le desagradó “porque hasta cierto punto era moverse”. Pero “me sacaron por mi mamá (ríe), no quería eso para mí”.

Cuando la familia se mudó al poniente de la ciudad, Javier conoció a un chico proveniente de Los Ángeles que hacía grafiti y le enseñó la disciplina, uno de los pilares del hip hop junto con el DJ, el Bboy (bailarín de breakdance) y el MC (maestro de ceremonias). Ésa fue su puerta de entrada a la cultura urbana, en la que después descubrió el breakdance a través de un grupo de jóvenes que lo practicaban “sin la técnica ni el conocimiento de lo que estaban haciendo”, pero que le hizo pensar que “eso es lo mío”.

Posteriormente se hizo amigo del Bboy Manuel Basto, quien lo invitó a entrenar con él y le presentó a un grupo establecido en Ciudad Industrial, “la vieja escuela del breakdance” en Mérida. Como condición pedían a sus integrantes apartarse de todo lo que significara problemas, como el pandillerismo, y Javier, quien en el pasado había tomado decisiones equivocadas, “con gusto lo dejé”.


Practicando capoeira. Fotografía de cortesía
A los 17 años comenzó a bailar y buscar competencias por diferentes puntos de la ciudad. Se integró a una pequeña célula en la Nora Quintana con la que concursó en La Ermita, cuya agrupación estaba cobrando fama. “Quedamos empatados y molestos unos con otros, pero dio la sorpresa de que ellos mismos (los de La Ermita) me invitaron a formar parte del grupo; acepté y ahí me quedé. Se armó un tipo de selección en que muchas personas de varios lados se juntaron en una sola y conformaron el Floor Star Crew”.

“Mucho tiempo fuimos número uno, nadie nos quería ver (ríe)…”.

Entonces entró en su vida Nicté Ha Herrero Cerón, quien conoció el trabajo del grupo cuando su hijo se interesó en unirse a él y propuso llevarlo al Carnaval, fiesta de la que la fallecida maestra fue colaboradora durante muchos años. La maestra Herrero expuso a Javier y a otros dos coreógrafos del crew los principios de la actividad artística como fuente de ingresos y los exhortó a estudiar otros géneros de danza para complementar lo que ya sabían. “Hay demasiada disciplina, exigencia, mucha responsabilidad; de repente hay que hacer no sólo lo que nos gusta sino aprender otras cosas... El único que se quedó fui yo”.




Así, Javier se abrió al jazz y la danza contemporánea, incluso “fui en Mérida de los primeros en fusionar breakdance y jazz; fui burlado, bombardeado por mi rama en ese entonces que eran los bboys”, recuerda. “A mí y a mucha gente (el breakdance) nos dio razón para alejarnos de cosas malas y nos dio un sentido en la vida; algunas personas son muy celosas de eso”.

“Hice seis años de prepa porque pasaba de largo de la escuela, me iba a entrenar todo el día. Uno de mis amigos decía que yo era la única persona que conocía que desayunaba break, almorzaba break, cenaba break. Veíamos vídeos de Estados Unidos, de estos chicos que ya tenían éxito y viajaban por el mundo compitiendo, patrocinados por marcas, y yo le decía: ‘Quiero hacer eso’”, cuenta Javier.



Publicidad de las clases en Técnicas del Arte. Foto de cortesía
“Mi mamá, molesta por la escuela.., a escondidas bailababa, había dejado las cosas malas pero ella creía que estaba en lo mismo. Nunca me creyeron que se podía hacer algo positivo con esto”.

“En La Ermita la gente nos preguntaba cómo aguantábamos tantos golpes sin drogarnos. Pasó mucho para que se rompiera esa idea de Bboy igual a maleante drogadicto”.

Una maestra del Centro de Superación Integral Nora Quintana le propuso un intercambio: él enseñaba breakdance a sus alumnas y ella lo entrenaba en jazz. “Y acepté…”. Cuando la misma profesora abrió su propia academia lo invitó a sumarse a la plantilla de maestros, lo que marcaría el inicio de su vocación docente y de reconocimientos como profesor, pues un grupo de alumnas fue premiado por la fusión de jazz y breakdance que Javier le creó para que compitiera en el CIAD.

En 2003 nació el primero de sus dos hijos. Para garantizarle seguridad social, encontró trabajo en una 

fábrica del Sur en la que “vi cómo maltratan a la gente, cómo los derechos no se los hacen valer”. Con preparatoria trunca, Javier decidió que no quería darle a su hijo “ese ejemplo de hasta dónde llegué y después me diga que no quiere estudiar”. Se inscribió en el bachillerato del Sistema Abierto de Educación Tecnológica Agropecuaria con la idea de formarse después como veterinario, pero la visita a un estudio de televisión con Nicté Ha Herrero con motivo del Carnaval le reveló el mundo de la producción audiovisual y redirigió sus pasos hacia la UNID y la Licenciatura en Ciencias de la Comunicación, de la que es egresado.

Para entonces Javier ya había abrazado la capoeira y el hip hop. La primera, que consideraba que mejoraría su técnica de breakdance, la estudió con Roberto Hernández en un taller del Instituto de la Juventud de Yucatán, y al segundo se acercó por iniciativa del propio Roberto, quien lo propuso como maestro del curso del género en la Casa de la Cultura del Mayab. “Hip hop como danza, más allá de break, es otra disciplina totalmente. Dije que sí (sabía de hip hop) porque estaba harto de trabajar como esclavo. Empecé a investigar y vi que era otra onda: la plasticidad, los requerimientos físicos, el control de cuerpo son diferentes; el break es mucho más explosivo, acrobático, muy apegado a la calle; el hip hop tiene eso rudo pero también una parte estética”.



En el II Encuentro Internacional de Capoeira, en 2014.
La fotografía es de cortesía
Al terminar los estudios universitarios, su mamá le ofreció en obsequio un automóvil, pero él pidió que mejor fuera dinero para instalar una academia, Urban Studio, en la que enseñaba hip hop y capoeira. “Ahí conocí a varias personas. Después me enteré que asusté a varias academias porque era un nuevo proyecto”.

El desconocimiento del negocio llevó a su cierre, pero “por algo pasan las cosas”: la Coordinación de Promoción y Difusión Cultural y Artística de la Uady lo contrató para dar clases de hip hop en sus instalaciones de Psicología y Rehabilitación, y Técnicas del Arte, de la maestra Janette Pasos, lo invitó a participar como bailarín en el espectáculo de “Playbacks” que cada año coordina con la Universidad Anáhuac Mayab. Lo siguiente fue comenzar a dar clases en la escuela de la maestra Pasos.

Al terminar la licenciatura pensó en emplearse en radio o televisión, “pude hacerlo pero

hubiera tenido que dejar de bailar; las academias me daban más que mi carrera”. Después de pasar por medio Mérida de academias ahora enseña, además de Técnicas del Arte y la Casa de la Cultura, en el Estudio de Danza Tanz y el Instituto de Arte Dancístico Rommy.

Javier no deja de aprender. En Técnicas del Arte ha recibido clases de jazz contempo 

con la maestra Mónica López y en agosto próximo debe obtener el grado de monitor en capoeira en el grupo Cordao de Ouro Mangalot Yucatán (antes coordinó Yanga Capoeira en Mérida con Roberto Hernández y Martín Solís).

“Todo eso que antes me hacía diferente y me mantenía segregado porque no era lo común ahora es lo que me hace yo. La formación que tuve es lo que me ha dado un toque distinto”.

El primer cheque que recibió por su actividad dancística se lo entregó a su mamá. “Le dije: 
¿No que nunca iba a ganar?’. Tardó mucho en convencerse, pensó que iba a ser transitorio. Cuando empecé con los ‘Playbacks’, con una producción totalmente profesional, vio el nivel en el que estoy trabajando y ahí se convenció. Me dijo: ‘Estoy orgullosa de ti’. Ese día casi lloro porque hacía mucho que esperaba que me dijera eso”.

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