Tatiana Zugazagoitia: "Sigo queriendo hacer, espero que eso no se apague nunca"

Tatiana Zugazagoitia en "Ulises".
La fotografía es de Eduardo Cervantes

En el verbo de Tatiana Zugazagoitia hay mucho de la fluidez de un cuerpo en movimiento: las palabras brotan con agilidad, la voz cambia de dirección en juegos de modulación, en algún momento el punto de vista se hace música cantando y con mucha frecuencia la risa impone su ritmo.


No es por nada que tenga en la danza su oficio y vocación, algo que le quedó claro siendo una niña, como lo fue en la adolescencia que lo suyo era el contemporáneo (aunque llegó a bailar clásico profesionalmente en Miniaturas Coreográficas, de Giselle Colás, y el Ballet de Hawai, e incluso incursionó en teatro musical con “Dulce Caridad”, la producción de Christian Bach y Humberto Zurita) y como le queda claro ahora, “ya merito a los 50”, que va a continuar en este camino “cuidando y buscando, transformando, encontrando, escuchando inteligentemente a mi cuerpo”.

En 2004 motivos familiares le hicieron cambiar Ciudad de México por Mérida, donde a través de la docencia ha compartido su experiencia en instituciones públicas, como la Escuela Superior de Artes de Yucatán, y privadas (en 2009 fundó su espacio Fuera de Centro). Con la primera obra que creó y presentó en esta ciudad, el solo “Viaje al reencuentro”, en septiembre de 2005, conjuró el choque emocional que le causó la muerte de su papá y al año siguiente llevó a escena con la Compañía de Danza Contemporánea del Estado de Yucatán una obra que había debutado en la capital del país: “Buscando el camino me encontré… o La dulce Nina”, uno de sus hasta ahora dos únicos trabajos para niños. El otro, “Cuenta Danzacuentos: El jardín encantado”, un espectáculo itinerante que hace énfasis en la narración oral, terminó en mayo pasado su temporada de funciones en Fuera de Centro y fue la propuesta con la que Tatiana participó en la más reciente edición de La Noche Blanca.

Ya había intervenido antes en ese programa municipal, como en julio de 2013, cuando en el Museo Fernando García Ponce-Macay presentó “Elogio del insomnio” con textos de Alberto Ruy Sánchez leídos por el propio escritor. Una obra de Ruy Sánchez está de hecho en el origen de la Tatiana coreógrafa, pues el libro “Los nombres del aire” sirvió de base a “Tarde en Mogador”, la primera dirección de la bailarina, en 1998, además de que representó el inicio de una amistad “que no ha parado, seguimos colaborando y haciendo travesuras, como dice él”.

En "Arbolada". Foto de José Jorge Carreón

Con tus antecedentes familiares parecería casi obligado que te dedicaras al arte. ¿Alguna vez pensaste en dedicarte a otra cosa que no fuera esto?

No. La verdad es que desde chica me quedó muy claro que la danza era el camino. Y  ni siquiera el teatro. Hasta mi abuela me decía: “¿Es que por qué no mejor te metes al teatro?”. Y no, lo que jalaba era el cuerpo en movimiento. Y con la fortuna de ser apoyada por mi papá (Julián Zugazagoitia Ruiz) y mi mamá (Susana Alexander).

¿Te metiste a clases de ballet porque eras niña y tenías que..?

No, fue muy chistoso. Me metí porque mi vecina iba a clases de ballet y me dejaba sin compañera de juegos. Entonces un día dije: “Bueno, pues te acompaño a la clase”. Y la que acabó aburriéndose de sus clases de ballet fue ella y la que se quedó sin amiga de juegos fue ella (ríe).

Llegaste a estudiar ballet en Rusia (en la Academia Vaganova de San Petersburgo, el abrevadero del Ballet del Teatro Mariinsky). ¿En qué momento dijiste que no ibas a vestir más tutú y zapatillas de punta?

Antes de irme a Rusia. La maestra que me abrió el mundo de la danza contemporánea fue mi maestra de ballet Farahilda Sevilla. Sí nos formaba en un clásico absolutamente riguroso con la técnica Vaganova de la A a la Z, pero su visión de creadora era hacia la danza contemporánea. Ella quería formar bailarines con una técnica excelente para que no fuera eso el impedimento para expresar dentro de lo contemporáneo. A la par, con ella estudiábamos danza contemporánea, que en ese momento era danza moderna Graham; teníamos clases de teatro con Abraham Oceransky; de Sociología y toda una serie de cosas, y empezábamos a trabajar en proyectos. El grupo que ella dirigía se llamaba Teatro del Cuerpo, era muy experimental. Toda la investigación partía desde otros terrenos, no los típicos de la técnica: tienes la técnica para usarla cuando la necesites y quieras, pero no como medio circense de expresión. Esa mentalidad me hizo dar el giro y ya no estar buscando bailar clásico. Sin embargo, ella misma me empujó a tener esta beca a la URSS para continuar ahí los estudios, lo cual fue fantástico porque me hizo ver el mundo del ballet desde otra perspectiva. 

A tu regreso, ¿cómo empezaste a abrirte camino?

Me faltaban dos años para graduarme y regresé con Farahilda. Me inserto trabajando con Teatro del Cuerpo inicialmente, pero tenía necesidad de explorar de otra manera y empiezo a trabajar con varios coreógrafos, como Óscar Ruvalcaba, y Lydia Romero y Jorge Domínguez, en El Cuerpo Mutable y Forion Ensamble. También con Raúl Parrao, otra persona que para mí ha sido valiosísima.

Ya graduada me fui a Hawai, mi esposo estaba estudiando allá, y ahí estaba viviendo, y sigue viviendo, Betty Jones, una de las bailarinas del primer elenco de la compañía de José Limón. Ella era la Desdémona de “La pavana del moro”, la original. Es una mujer con toda la historia de la danza moderna en el cuerpo y en la vida. Fue maravilloso tener la fortuna de estudiar clásico en una escuela de las más importantes a nivel mundial y, por el otro lado, tener la técnica Limón de mano directa, sin intermediario.

Betty sigue siendo un mentor en mi vida, ella y su marido son gente a seguir, y tengo la gran dicha de tener una relación muy buena, muy natural con ellos. Cuando quiero aventar la toalla pienso en ellos y digo: “Oye, no, no, no”. A mi regreso de Hawai volví a trabajar con Teatro del Cuerpo. No me quise insertar como parte de la compañía sino como bailarina invitada porque me gustó mucho trabajar con Óscar Ruvalcaba, (con él) durante mucho tiempo hice una buena mancuerna, y volví a colaborar con Raúl Parrao. Es cuando nace mi hija que tengo la necesidad de hacer mis direcciones.

En "Tarde en Mogador". La foto es
de Eduardo Cervantes

¿Qué tan difícil te resultó encontrar un lugar en la danza contemporánea?

La pregunta sería: ¿Tengo un lugar dentro de la danza? (ríe). Creo que más bien uno se hace un lugar.  Si algo tiene México es que todavía, por rudo que sea, el lugar te lo haces tú con tu trabajo y tenacidad. Las puertas se abrieron en ese terreno (la creación coreográfica) porque había una trayectoria importante como bailarina, llevaba bailando 10 años en los escenarios profesionales con compañías importantes y coreógrafos sólidos, eso permitió que me abrieran el espacio como creadora y por suerte “Tarde en Mogador” tuvo un gran impacto y permitió la apertura a esta faceta. A nivel de apoyos curiosamente he sido más apoyada como creadora que como bailarina. Los lugares se los abre uno en el haciendo y en la congruencia de una continuidad, porque de repente muchos empiezan, hacen algo pero luego ya no hacen nada. Es seguir dándole.

Y, sin embargo, has tenido el deseo de dejarlo.

Es durísimo. Al menos yo no he logrado la autosustentabilidad. Sabemos que el arte en México es más difícil que en otros países, seguimos siendo muy mal pagados. Quisiera uno que su trabajo se valorara, el que pase uno horas de ensayo en un salón tendría que tener una remuneración real. Quisiera que hubiera más gestores que le apostaran a esa chamba con la gente independiente, porque pasa mucho que el gestor quiere un sueldo fijo y un porcentaje tan grande de lo que te consigue que dices: “No, esperáme”. Me lo cuestiono: “¿Debo seguir?”. Y mi respuesta es: “Sí, sí quiero seguir”.

Si tengo una lesión me frustro, pero entonces ¿cómo voy aprendiendo como intérprete a resolver ese cuerpo que tengo ahora? No pretender bailar como si tuviera 20 años, sino con el cuerpo que soy hoy, con las lesiones, la experiencia y la fuerza que ya tiene. Sigo queriendo hacer, espero que eso no se apague nunca; la creación la gozo mucho, gozo mucho el escenario. Y me gusta la docencia, por ahí puede ir uno pasando experiencia, compartiendo más que enseñando, buscando que los jóvenes tengan metas fuertes y no sean autocondescendientes, empujando desde un lado muy humano: cómo vas a expresar con el cuerpo que tienes, no con el que sueñas. Porque hay mucho de querer formar un cuerpo ideal y lo que logramos es tener a bailarines frustrados: que si porque eres más muslón te sientes mal… ¿Cómo vas a estar bien en el escenario, cómo vas a estar bien en la vida si no estás bien en ti?

Todo el trabajo que he construido de movimiento creativo va enfocado a la autoestima: cómo te exijo buscando sacar lo mejor de ti y no señalando los defectos, (esto) me parece erróneo porque generamos gente acomplejada, mala onda, envidiosa y el mundo abunda de eso.

Fotografía de José Jorge Carreón

¿Estás trabajando en algún proyecto?

Traigo dos proyectos, uno más en puerta que el otro. Estoy retomando una pieza que hice con Sebastián Castagna en 2011, “Entre palabras”, un performance en que trabajamos el laboratorio de lo efímero, piezas cortas, él con diseño sonoro y yo con el movimiento, sacando a la danza de su espacio convencional. La cuestión inicial era ¿qué pasa entre una palabra y otra? Se armó una pieza bastante intensa, como de contención, y se ha presentado en tres distintos lugares, en tres momentos diferentes. Tener que intervenir un espacio distinto hace que esa pieza se transforme. Estoy invitada al Festival Apart en Francia, que dirige Leila Voight, que este año está dedicado al cuerpo en movimiento. Llevo esta pieza para intervenir la instalación de la artista Grimanesa Amoros, una instalación de luz. Esta vez se me antojó no nada más el reto de un nuevo espacio, también decidí probar que sea un dueto; estamos trabajando esto con Óscar Sánchez.

La otra es una pieza con Katrin Schikora. Las dos queremos abordar el tema de la fragilidad, ella a partir de la cerámica y yo a partir del cuerpo. Este proyecto va a estrenarse en 2017.

¿Te has fijado un plazo para dejar de hacer lo que estás haciendo?

No y cada vez me queda más claro. Antes de estrenar “Arbolada” (en agosto de 2013) empecé a tener unos dolores extraños y acabé sabiendo que tengo un desgaste, y me dijeron: “En algún momento te tendremos que hacer un cambio de cadera”. Es muy fuerte, más como bailarín, es tu instrumento de trabajo…  ¿Voy a poder seguir? ¿Debería yo parar para que no me tenga que cambiar la cadera? El doctor me dijo una gran sensatez: no nada más no vienes con gran dolor, (éste) no te impide bailar; entonces tú síguele bailando y cuando te gastes tu cadera te la cambio y ya luego tú verás cómo sigues bailando; pero mientras no te frenes… No sé qué tan insensato sea, pero no me importa, soy muy feliz con esa visión.

Sí soy cuidadosa en tanto que modifico mi forma de moverme, hay cosas que ya no hago, pero eso no me impide seguirme moviendo, expresando y haciendo lo que quiero hacer. Si en algún momento decido dejar de bailar que sea por una decisión personal, que no haya frustración al respecto. Es una pena que a los bailarines con más experiencia se les pida bajarse (del escenario) porque no pueden levantar la pierna más alto, no pueden saltar, ya no se avientan al aire. Híjole, eso no es la danza. Cada vez más hay gente bailando más allá de los 40 años, que antes era el famoso tope. Un cuerpo de 60 o 70 años tiene cosas que decir. Yo espero que la vida me dé el humor y las ganas de seguir haciéndolo.

¿Acostumbras ir a funciones de danza en Mérida?

De danza no tanto, veo más teatro. De ballet creo que ya satisfice todas mis expectativas en Rusia, hay pocas cosas que me llaman la atención y aquí todavía es bastante amateur, seamos realistas. De contemporáneo trato de ver todo lo que hay de mis colegas. No a todo soy necesariamente afín. Sí me interesa saber qué están haciendo porque puedo invitar a la gente a la que creo que ese espectáculo puede ser afín o aunque no, que vayan y vean, seamos críticos en el buen sentido, construyamos un critero. Cualquier manifestación contemporánea me jala mucho más. 

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