¡Feliz Día de la Danza, espectador!



Fotografía cortesía de Marcelo Cervantes Mejía del espectáculo
"MMX Memorias Cruzadas", de Érika Torres


Hoy que se festeja a la danza nadie discutirá a bailarines y coreógrafos su protagonismo en la celebración. Son ellos los que hacen posible este arte, en ellos recae todo el peso de su avance. Pero no serán los únicos que se alegren este día. Porque hay personas que sin ser bailarines encuentran en la danza, como en otras disciplinas artísticas, la vitamina de sus días, la especia que le da sazón a su vida, la dosis de belleza que su humanidad les reclama.
A esas personas está dedicado este blog que hoy comienza.


“Yucatán baila” pretende ser, antes que un recurso para bailarines, un espacio para los aficionados a la danza (clásica, contemporánea, folclórica, butoh, aérea, experimental; jazz, bellydance o de cualquier otro nombre) en nuestra entidad, sea que hayan pasado por la academia, sea que nunca hayan escuchado hablar de la primera posición. Porque para ser conquistado por este arte no es requisito conocer los nombres en francés de sus movimientos ni el de sus grandes figuras a lo largo de la Historia; basta tener dispuesta la sensibilidad.
Y para demostrarlo, cuatro testimonios:


A María Esther Escalante Morales de Peniche es común verla en el teatro cuando se presentan compañías de danza en Mérida. Mamá y abuela, confiesa su preferencia por el ballet sobre otros géneros dancísticos, un gusto que sus papás le fomentaron desde pequeña. De hecho, de niña tomó clases “y tuve una excelente maestra”.
“Ahora siempre que tengo la oportunidad de ver un buen ballet asisto a verlo”, dice.
“En Mérida, las personas a las que nos gusta ver ballet clásico nos conformamos con asistir a las pocas presentaciones de compañías que llegan a esta ciudad y alguna de academias locales”.
“El público”, añade, “es parte muy importante en una función, pues seguramente asiste por amor al arte y tiene conocimientos elementales para poder juzgarla”.
Las mejores funciones que ha visto en esta ciudad han sido las de “Don Quijote” y “El lago de los cisnes” que el Ballet Nacional de Cuba presentó en 2010 y 2011 en la explanada de la Catedral. Aunque no fueron en un teatro “eso no le restó calidad al evento”.
Piensa que al movimiento dancístico local le falta “apoyo, calidad, motivación, difusión, responsabilidad”. “En las academias difícilmente podrán surgir bailarinas que quieran seguir esta carrera, más bien toman clases por una etapa de su vida y lo dejan. El ballet es una disciplina difícil, apasionante y absorbente”.


Para Marcelo Cervantes Mejía, la danza “es un pilar en mi profesión como artista plástico, al que he dedicado la mitad de mi vida, y una buena parte de mi trabajo es danza en sus diferentes géneros”.
El fotógrafo, que se ha desempeñado también en el ámbito periodístico, comenzó a aficionarse a este arte hace 25 años, cuando se iniciaba en la fotografía y acompañaba a su ahora esposa a sus clases de danza clásica y contemporánea en el Centro Estatal de Bellas Artes. “Tomaba fotos durante los ensayos y cuando había funciones en Mérida era el primero en la fila o me instalaba en el mejor lugar para captar los mejores momentos”.
Marcelo considera que hay varias funciones a las que ha valido especialmente la pena asistir. “Cada una tiene su encanto en sus ejecuciones, en su juego de luces y música profesionales. Pero hemos recibido ballets nacionales como el de  Cuba que traen un excelente repertorio y unos espectaculares bailarines que nos dejan boquiabiertos a la hora de su presentación”.
“Cada obra, cada grupo o compañía dan lo mejor de sí en sus presentaciones. Quienes dirigen una agrupación tienen que competir para ganarse el respeto del público que es el único que decide si la función fue buena o no”. Porque, “como la música clásica, no tenemos que entenderla para que podamos decir que nos gustó o no; yo digo que si tenemos un mínimo de criterio lo podemos hacer, no necesitamos ser bailarines”.
Para mejorar las funciones en la ciudad sugiere crear y ampliar los espacios para que los ejecutantes crezcan profesionalmente y hacerlo no sólo en Mérida, sino también en otras ciudades del Estado, “donde existe mucho talento y cuando no hay esas oportunidades sencillamente se pierden”.
Cuando no hay ninguna presentación en cartelera “los que gustamos de la cultura buscamos otras opciones, como visitar galerías de arte, obras de teatro o enfrascarte en una cafetería o en una librería, de una forma esperar a que llegue la función”.


Franck Fernández es traductor de profesión, pero su afición por el ballet lo ha llevado incluso a colaborar como promotor en las dos ediciones en la ciudad de “Danza de América”, en las que Viengsay Valdés se presentó con Osiel Gounod en un programa mixto en 2013 y con Víctor Estévez en “Carmen” en 2014. Él gestionó con Sonia Calero su visita a Mérida para reponer la coreografía de su esposo Alberto Alonso.
Son precisamente las dos funciones de esa “Carmen” que encabezó la pareja cubana y las dos posteriores que ofreció la Compañía de Danza Clásica de Yucatán las mejores de ballet que ha visto en la ciudad. “Fue un trabajo muy bien logrado. Hay que decir que lo preparó Sonia Calero, que, en definitiva, es la guardiana del acervo de este ballet”.
En La Habana, donde nació, fue donde surgió su afición. “Mi familia tuvo la inteligencia de iniciarme en las bellas artes desde que era niño. Recuerdo mi primera ópera a los cinco años (‘Fausto’, de Gounod) y mi primer ballet a los siete (‘El lago de los cisnes’). Abrirle estos horizontes a los niños es de gran importancia para su formación futura”.
Para mejorar la calidad de la danza en Mérida “es necesario seguir trabajando en la técnica. Hay que reconocer que la llegada de grandes estrellas de Cuba ha dado un aliento enorme a la técnica empleada en nuestra compañía. Es necesario que el Estado abone los esfuerzos y que incluso los aumente”.
Cuando desea ver danza clásica debe recurrir a los viajes y a YouTube, pues “no hay muchas más opciones”.



Y ahora, quien esto escribe:
Mi infancia transcurrió en una época en que las opciones de actividades extraescolares eran muy limitadas en la ciudad. Así que, como muchas niñas en aquellos tiempos, por decisión materna pasé por la academia de ballet, en la que estuve pocos años. No me mortificaba ir a las clases, pero tampoco visualicé esta actividad como definitoria de mi futuro. Ya entonces sentía más interés por los textos que por la imagen y el sonido. Fue de adulta que, sensibilizada en las artes visuales por el trabajo en la sección cultural de un medio local, redescubrí el ballet. Fue con una transmisión por televisión, a la que llegué cambiando canales sin una intención en mente. Detuve la búsqueda y observé. Y entendí. No con la cabeza sino con el estómago: entendí la composición de las imágenes, lo que sugerían los ademanes, la fuerza de los movimientos, el maridaje de la música. Una pintura en acción.
El mejor espectáculo de danza que recuerdo haber visto en Mérida es la primera de las tres funciones de “Giselle” que el Ballet Nacional de Cuba dio en 2005 en el entonces Teatro Mérida. Viengsay Valdés fue Giselle y Joel Carreño, Albrecht. Todo lo que previamente había escuchado sobre el cuerpo de baile de la compañía se me reveló claramente en el escenario. Pero también me han entusiasmado vivamente las actuaciones de otros artistas de fuera y locales, como la de 2007 en el Peón Contreras del Ballet de Monterrey, dirigido en ese entonces por Robert Hill; en 2011 de “Brins” por Tumáka’t, y de dos en las que ha estado involucrada Tatiana Zugazagoitia: “Viaje al reencuentro”, la coreografía unipersonal que creó en recuerdo de su papá Julián y que ella misma interpretó en 2005 en el Peón Contreras, y “La dulce Nina”, una obra infantil suya que la Compañía de Danza Contemporánea del Estado presentó en 2006 en el ahora Manzanero.
Constantemente escucho a bailarines decir que a su disciplina le hace falta apoyos. Y debe ser cierto porque en eso todos coinciden. Pero de este lado del teatro, del de las butacas, el obstáculo más evidente es la desunión del gremio. Por los egos de los maestros y la enemistad entre ellos no hay esfuerzos coordinados para dar a los estudiantes la oportunidad de actuar ante un público y a la comunidad la de conocer a los talentos más prometedores. Si los apoyos son escasos, ¿por qué no los suman para que sean más sustanciosos? ¿Por qué, por ejemplo, no aportan a los mejores ejecutantes de sus escuelas para ofrecer un espectáculo en común en el que todos se repartan los gastos? ¿Por qué no se vinculan con, digamos, la ESAY para que sus estudiantes de Artes Visuales o Teatro se encarguen de diseñar los telones u operar la iluminación como servicio con valor curricular?
Opciones hay, falta la voluntad.



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