James Kelly: "Si quieres tener bailarines profesionales hay que pagarles y tratarles como cualquier profesional del mundo"
James Kelly con Héctor Hernández, Manuel Berzunza, Mabel Pavía y Alma Rosa Cota, organizadores del Concurso Nacional de Danza Interdisciplinaria, en Mérida Dance Center |
“Desperté un día y dije: ‘Yo
tengo que ir a México’”. Así comenzó la relación de James Kelly con el país,
adonde llegó en 1986 con un capital de 750 dólares. Treinta años después, el californiano,
quien ha sido maestro y coreógrafo en la Compañía Nacional de Danza y director y
coreógrafo en populares musicales, como “Wicked” y “Hoy no me puedo levantar”, podría
pasar por un natural de México por su uso de expresiones locales, si no fuera
por el acento estadounidense que aún musicaliza sus palabras.
Desde su llegada a la
República (en dos períodos: 1986, para regresar al año siguiente a Estados
Unidos, y 1997), James había vivido en Ciudad de México. En febrero pasado
cambió su residencia a Córdoba para colaborar con el programa de entrenamiento
para varones En Pro del Talento Veracruzano (ProVer), que fundó la maestra
Martha Sahagún Morales y en el que también participa como docente Adria
Velázquez. “Ella es la que está convirtiendo a estos niños de familias pobres
(…) sin agua en su casa, con cero recursos, en bailarines profesionales. Es un
proyecto muy, muy, muy loable; me da mucho gusto estar ahí”, dice el artista,
que el mes pasado viajó a Mérida para participar como juez en el Concurso
Nacional de Danza Interdisciplinaria (Conadi).
“Alumnos de toda la República
están tocando la puerta” de ProVer, añade y recuerda que entre quienes ya se
forman ahí se cuenta el yucateco Braulio Fernández. También hay
estudiantes
procedentes de Querétaro, Quintana Roo, Ciudad de México, Colombia e Italia. “Nuestro
sueño es tener un dormitorio donde podamos recibir 20, 30, 40, 50 alumnos de
afuera, para no solamente tener que tomar alumnos locales”, explica.
El encuentro en Mérida con Susana Benavides. Foto: Conadi |
Al Estado no regresaba desde
2002, cuando estrenó las coreografías “Septeto para quinteto” y “Encontrobajo”
en la Gala de Ballet que el Instituto de Cultura de Yucatán (hoy Sedeculta) realizó
en el entonces Teatro Mérida con integrantes de la CND y bailarinas yucatecas,
entre ellas Ligia Aguilar, Miriana Farah Camacho, Gabriela González y Tatiana
Arcila (en esa ocasión también se estrenó “Un cuarto con piano y cuatro ventanas”, de Jorge Faz). “Soy vegetariano, no como la cochinita; pero toda la comida yucateca,
los colores, olores y sabores, es muy, muy rica. Me gusta la sopa de lima…”,
confiesa.
Habrá que esperar una
siguiente visita para concretar un anhelo aún no resuelto: “Lo que me
encantaría hacer y nunca he hecho es conocer Progreso”.
¿Qué tiene la danza en México
que lo ha hecho quedarse en el país?
Esa pregunta me la han hecho
ocho mil veces y, la verdad, no tengo una respuesta ni buena ni clara. Siento
que no es tanto la danza sino México. Literalmente desperté un día y dije: “Yo
tengo que ir a México” y vine, así, sin conocer nada ni a nadie. Vine con 750
dólares en mi bolsillo. Obviamente, no estoy diciendo que no he disfrutado la
danza y no he hecho mi carrera aquí, pero siento que eso no es lo que me ha
atraído, sino México en sí: la comida, la música, la cultura, que me ha
recibido además con los brazos abiertos siempre.
En una clase durante el Concurso Nacional de Danza Interdisciplinaria. Foto: Conadi |
¿Qué tan viable es que en
provincia tengamos un movimiento dancístico como en el centro del país, donde
se concentra el mayor número y la calidad más alta de producciones?
Pues tan viable que lo estoy
viviendo. Córdoba es una ciudad muy pequeña, con muy pocos recursos, con muy
poca infraestructura para la danza; sin embargo, ahí se hace hoy en día el
festival de danza más importante del país cada dos años, en asociación con el
Youth America Grand Prix de Nueva York, y está la escuela de ProVer.
Lo único
que se requiere para hacer algo en provincia son ganas de hacerlo, la
cooperación de todos los involucrados. Siento que es casi casi un deporte en
México echar la culpa o buscar al villano en el gobierno local, estatal,
federal, de que no apoyan a las artes. Yo, sin embargo, pienso que eso no es
cierto. Aquí en México apoyan a las artes muchisísimo más que en Estados Unidos
en cuestión de gobierno. Donde no hay cooperación es en la sociedad. Desde mi
punto de vista, la gente piensa que “papá gobierno” tiene que resolver
absolutamente todo, en lugar de decir: “A ver, yo tengo aquí en mis manos la
posibilidad de tener la máxima escuela de ballet en el país, ¿qué voy a hacer
yo para aportar eso en mi ciudad?”.
La gente de Córdoba está orgullosa, por
ejemplo, de tener al festival ahí, está orgullosa de tener la escuela de
varones de ProVer, en lugar de siempre estar criticando la falta de cosas. Si
uno quiere se puede tener una buena escuela, una buena compañía, puede atraer
buenos bailarines, pero se requieren recursos y ganas.
"Sueño de una noche de verano", coreografía de James Kelly. Foto: Alan Villeda / Secretaría de Cultura |
Constantemente es invitado a
ofrecer cursos y talleres a alumnos, pero a veces esa capacitación se queda nada
más en la escuela. ¿Sugiere alguna estrategia para que ese entrenamiento pueda
ser compartido con el público?
Desafortunadamente, siento
que la única opción es crear más fuentes de trabajo, crear compañías
profesionales de danza. En Europa, en cada ciudad hay una compañía de ballet.
En Estados Unidos hay muchísimas compañías. En México hay muy pocas. Y, otra
vez, siento que la razón es porque cuesta dinero; a final de cuentas si quieres
tener bailarines profesionales hay que pagarles y tratarles como cualquier
profesional del mundo. Nadie pretende que vaya a haber un consultorio de
médicos y todo el mundo vaya a trabajar gratis, todos esos médicos van a cobrar
porque tienen casas y coches y familias y colegiaturas y todo lo que tiene
cualquier profesional en la vida.
El problema es que si la mentalidad de todos
es que una compañía de ballet se tiene que financiar exclusivamente y al cien
por ciento por el gobierno no va a haber, porque el gobierno ya está en su
límite de proveer a la gente de seguridad en la ciudad, arreglar las calles,
que haya luz en el parque. Sin embargo, si la mentalidad hiciera un cambio y el
financiamiento de las compañías fuera una parte del gobierno, una parte de la
iniciativa privada, una parte de la ciudadanía, con ese modelo se podrían
sostener compañías profesionales de danza en por lo menos las ciudades más
grandes o en lugares donde tradicionalmente no ha habido.
Como coreógrafo, ¿se siente
presionado por incluir en sus obras estos pasos de ballet
pirotécnico porque
eso es lo que quiere ver el público?
"Sueño de una noche de verano". Foto: CND / Carlos Quezada |
Yo, en lo personal, no.
Reconozco muy bien que es la tendencia de hoy y sí siento que hay esta
inquietud del público que cada vez quiere ver algo más dramático, más grande,
más pirotécnico. Pero a final de cuentas tengo que ser fiel a lo que estoy
tratando de crear y/o decir con mi ballet. Muchas veces esas cosas pueden
distraer en lugar de apoyar.
Ha trabajado como coreógrafo
de producciones de ballet y como coreógrafo y director de producciones de
teatro musical. ¿Nunca le han reprochado que pase de una expresión de alta
cultura, como el ballet, a una más popular, como el teatro musical?
Sí (ríe). Es chistoso porque
los dizque muy cultos son los que más critican ese movimiento. Pero yo me
siento de lo más afortunado de que pueda trabajar en ambos mundos. Puedo hacer
un ballet en el Palacio de Bellas Artes con la Orquesta de Bellas Artes, como
hice hace dos años con la Compañía Nacional de Danza con “Sueño de una noche de
verano”, y este enero que entra voy a montar una nueva producción de “La Bella
y la Bestia” (con Ocesa) para gira de toda Latinoamérica. Me siento afortunado
de que me hablen de ambos lados para hacer estos trabajos. No conozco a muchos
que hagan eso.
En la preparatoria fui escogido para concursar por una beca que
daba un banco en California, donde crecí. Para ganar la beca tuvimos que
escribir un ensayo y la pregunta fue básicamente “entretenimiento versus el
arte”. Yo argumenté en ese ensayo que si el entretenimiento logra conmover a la
gente y mover su sensibilidad a la risa, al llanto, a la tristeza, a la
esperanza, ya logró su objetivo como arte. No gané (ríe). Para mí, hacer un
ballet en el Palacio de Bellas Artes no tiene más ni menos valor que estrenar
“La Bella y la Bestia” para gira latinoamericana. El objetivo debe ser lo
mismo: contar una historia, conmover, hacer que el público sentado en su butaca
se vea reflejado con quien esté ahí arriba cantando o bailando, en punta o en
tacón.
En un ensayo de "Sueño de una noche de verano". Foto: CND / Carlos Quezada |
¿Hay alguna coreografía suya por la que sienta especial afecto?
Pues es como hablar de los
hijos, ¿no?, así de que: ¿cuál es el favorito? Realmente no, excepto, yo creo
que… (reflexiona unos segundos). Hay dos: una es “El Cascanueces”, porque fue
la primera vez que hice un ballet completo de dos actos sin saber si iba a
poder. Nunca había hecho eso antes, el director de la Compañía Nacional de
Danza en aquel entonces (1999), Cuauhtémoc Nájera, me lo pidió. Entonces, por haberlo
hecho y presentado durante cuatro años en la Compañía como parte de su
repertorio en el Palacio de Bellas Artes y el Auditorio Nacional sí le tengo
afecto.
Hice otro ballet hace
muchísimos años en San Diego. Tengo una amiga de toda la vida que tenía un
hermano que se murió de sida. La mamá me contó cómo ella lo rechazó de su vida
al enterarse de que era gay. Tuvieron un reencuentro después de tres años de no
hablarse. Muy poco después de eso se enfermó el hombre y muy poco después de
eso se murió. Y cuando se estaba muriendo yo estaba viviendo la experiencia con
mi amiga, no pude sacar de mi mente qué daría esta señora por tener de regreso esos
tres años que no habló a su hijo. A base de eso hice un ballet.
En la búsqueda
de qué música quería utilizar fui a Alaska a dar clases en un curso de verano y
llevé conmigo varios discos. Ahí conocí al chelista principal de la Filarmónica
de Los Ángeles, quien estaba de maestro también; le conté lo que estaba
haciendo y él me dijo: “Escucha el Concierto de chelo de Elgar”. Vi mis discos
y dije: “Aquí lo tengo, tengo esa música como parte de mis opciones”. Y me
preguntó: “¿Cuál grabación tienes?”. “Tengo la grabación de Pierre Fourniere”. Me
dice: “Pues ése era mi maestro. Este chelo es ése en esa grabación, porque
cuando se murió me heredó el chelo”. Fue toda una serie de cosas que me llevó a
hacer ese ballet (finalmente se llamó “Elgar Celo Concerto”) y a ése sí le
tengo afecto.
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