Alejandro Pinzón: "El tango es muy íntimo con uno mismo"
Alejandro Pinzón baila con Marisol Bouzá en el taller de tango que ofreció en Dragón de Agua, en julio pasado |
“No me gustaba bailar. Era el muchacho extraño que iba a las
fiestas y decía a las muchachas: ‘Denme sus bolsos, yo se los cuido, ustedes
vayan a bailar’. Ése era yo”.
Ahora Alejandro Pinzón es aquél que lleva a otros a sentir
el tango, tanto sus sonidos, cuando intepreta el violín y el bandoneón o dirige
una orquesta, como sus movimientos, cuando participa en milongas o enseña cómo
bailarlo.
El mes pasado hizo ambos en una visita a Mérida, la ciudad
donde nació y de la que se fue en 2006 para estudiar Dirección de Orquesta en
Estados Unidos. En los días en que permaneció en Yucatán presentó el
espectáculo “Vuelvo al Sur” en el restaurante Amaro y ofreció un taller del
baile en el centro holístico Dragón de Agua, en la García Ginerés.
“En sí es difícil, pero es placentero cuando se logra esa
conjunción en la pista entre dos personas que a lo mejor ni se conocen, que en esos
tres minutos que dura la canción logran conectar a un nivel tan profundo a
través del baile”, dice Alejandro.
Los músicos “sonamos juntos, pero no nos movemos juntos; en
el baile, particularmente en el tango, no hay otra manera de hacerlo sino dando
parte de ti a la otra persona”.
Violinista con estudios en el Centro Estatal de Bellas Artes
(CEBA) y en Miami y licenciado en Relaciones Públicas por el Instituto de
Estudios de la Comunicación de Yucatán (IECY), Alejandro llegó al tango a
través de la dirección orquestal. El maestro Leroy Osmond, con quien había
tomado clases particulares de música en Mérida antes de viajar a Estados Unidos
para estudiar la Maestría en Dirección de Orquesta en la Universidad de Texas
en El Paso, le propuso —durante una visita que Alejandro hizo a la ciudad para estrenar
un espectáculo de tango en el que él participaba como instrumentista— dirigir un
ballet contemporáneo de su autoría.
Pero la propuesta vino con una solicitud: tomar clases de
baile en cualquier género. “Yo me quedé así… ¿Para qué si voy a dirigir?”,
recuerda Alejandro que preguntó. La respuesta de Leroy fue: “Para que puedas
dirigir un ballet necesitas entender cómo piensan los bailarines”.
Alejandro le pidió entonces a la uruguaya Paola de Martino, integrante
del elenco de su show, que le enseñara a bailar tango. “Me dio cinco clases.
Las primeras dos, tal vez tres, fui a regañadientes. Como a la cuarta dije: ‘Esto
me está gustando…’”. Paola, campeona sudamericana de tango y malambo, “me hizo
un comentario muy interesante: ‘El ritmo ya lo tienes, lo único que hay que hacer
es llevarlo a tus pies’; me costó mucho tiempo entender a qué se refería”.
De regreso en Estados Unidos y sin más noticias sobre la
nueva composición de Leroy Osmond (la terminaría dirigiendo cinco años después en
versión concierto) dio por concluido el tema. Hasta que un día, “a lo mejor
estaba muy aburrido”, hizo una búsqueda en internet: “tango El Paso” y encontró
una escuela. “Y así empezó. Me agradó el aspecto social del tango. Era un
momento complicado para mí porque eran tiempos de mucho estudio, mucho trabajo;
me la pasaba encerrado leyendo de sol a sol y me hacía falta amigos, hacer algo
para distraerme”.
Al terminar la maestría en Texas entró al Doctorado en
Dirección de Orquesta en la Universidad de West Virginia, para lo cual en 2008 se
mudó a Pittsburgh, ciudad de Pennsylvania cercana al campus y donde hasta ahora
radica. Ya más cómodo con sus conocimientos del baile —que interpreta en la modalidad
de salón, no coreográfica—, ahí googleó: “Pittsburgh tango” y encontró un
lugar a cuyo círculo logró entrar poco a poco.
“Ha sido un viaje increíble esto del tango”, admite
Alejandro, quien en el trayecto ha sido director general durante dos años de
la asociación civil Pittsburgh Tangueros, de la que se separó recientemente; creador
del proyecto Maestro Tango, por el que visita universidades para dar talleres
de baile, conciertos, conferencias e, incluso, clases de español avanzado con
conversaciones sobre el género, y líder del Cuarteto Bravo y el dúo Resaca (piano
y bandoneón).
Se podría pensar que, vencida la resistencia de su
adolescencia a tomar la pista, Alejandro ya le abrió la puerta a todo tipo de
baile. Pero no. “El tango tiene tres estilos: tango vals, milonga y tango concepto.
Fuera de eso no bailo nada más y la verdad no me interesa, hasta ahora (ríe). He
tenido tres minutos en la salsa, dos minutos y medio en la bachata…”.
“Hay música que empuja y el tango tiene eso, es muy orgánico.
Aunque uno está bailando con otra persona y compartes ese momento el tango es
muy íntimo con uno mismo, porque uno baila lo que está sintiendo. Sonará un
poquito egoísta; no lo es. En el tango se da de sí, ya de entrada el abrazo es
tan íntimo, estás abriendo tu espacio personal y dejando que otra persona entre”.
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Foto tomada por Alejandro Pinzón |
“El tango atrae gente de todo tipo: vas a una milonga y ves
médicos, abogados, artistas, maestros, estudiantes, un señor de 80 años, una
muchachita de 22… es una mezcla en la que ni lo social ni económico importan”.
Alejandro concede que el género le pertenece históricamente
a los habitantes de Buenos Aires, pero “se ha vuelto un producto universal, se
ha expandido tanto que hay maestros de todas las nacionalidades”.
“¿Mexicano, tanguero, bandoneón? Lo hago porque me gusta y
si me siguen contratando es porque a lo mejor lo hago más o menos bien”, señala
el músico, quien ha sido director asistente de las orquestas Cívica de
Pittsburgh y de la Universidad de West Virginia, y director del Coro
Latinoamericano de Pittsburgh.
“Yo me siento más músico que bailarín”, admite. “De repente
veo bailarines que bailan bellísimo pero no tienen conexión con la música. La
música no puede seguir al baile, es el baile el que tiene que seguirla. El paso
sale, pero que el tipo de movimiento sea adecuado al tipo de sonido es otra
cosa, ahí sí hay que estudiarlo”.
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