La meta: "Bailar con aloha"
Jorge Carlos Salazar durante su actuación en "En Yucatán los hombres ¡sí bailan!" con una coreografía de la maestra Francia Quintal, en mayo pasado en el Teatro Manzanero |
Con el tane Tommy Tihoni, en Cancún. La fotografía es de cortesía |
“Algo que me han enseñado todos mis maestros es que bailar es acerca de transmitir”, dice Jorge Carlos Salazar Pinelo, alumno de Técnicas del Arte. “No es sólo que se vea padre, que tengas mucha técnica. Los que más llaman la atención son los que sienten más la música”.
“Es adonde quiero llegar, quiero absorber todos los
conocimientos más puros para que al momento de bailar la gente sienta algo.
Puedo no tener la mejor técnica, no tener las mejores líneas y nunca tener la
segunda que me encantaría tener; pero si sientes algo al verme ya con eso me
voy a dar por bien servido”.
Jorge Carlos fue uno de los integrantes del elenco de “En
Yucatán los hombres ¡sí bailan!”, que se presentó el 6 de mayo pasado en el
Teatro Armando Manzanero y en el que fue el único exponente de danzas
polinesias, un género cuya práctica para él no ha estado exenta de retos, sobre
todo por la escasa información que hay en Mérida para el entrenamiento de
varones (tanes).
“Hay un término muy utilizado que es ‘bailar con aloha’,
compartir la energía de la danza con tus compañeros, no sólo en el escenario,
sino también a la hora de entrenar”, indica. “Si bailas aislado puedes saber
muy bien la coreografía, pero no tendrás esa conexión y la gente que pagó su
boleto por verte lo va a notar”.
“El aloha es ese compartir, la pasión que
dejas en el escenario. Es
aplicado no sólo a la hora del baile, sino con tus
compañeros, fuera de clase, cómo te conduces con las demás personas. Es una
cuestión muy bonita de conductas y formas de vida”.
Con sus compañeros de Técnicas del Arte. Foto cortesía |
La trayectoria de Jorge Carlos en la danza comenzó hace
apenas un año y medio “por obra y gracia del Espíritu Santo”, recuerda con
humor. Con antecedentes en la música (toca la guitarra, el bajo y la batería;
canta y tiene historial como integrante de bandas de punk rock y metal), junto
con su esposa Marisol Aguilar Lizama decidió inscribir a su hijo Keiden en un
curso de capoeira en Técnicas del Arte para ayudarlo a canalizar su energía y
gusto por “las paradas de manos y los brincos”.
Jorge Carlos, quien ya había asistido a clases de esta
disciplina, se registró también en el curso. Al caminar por los pasillos de la
escuela descubrió la clase de hip hop del maestro Javier Atos y decidió
registrar a Keiden… y a él mismo. “Empecé a ver qué estaban haciendo y,
obviamente, no me salía ni remotamente parecido. La memoria corporal de los
bailarines —yo todavía no me considero un bailarín— es muy grande y una
habilidad que se tiene que desarrollar. A la fecha me cuesta mucho trabajo
aprenderme las coreografías a la velocidad que se las aprenden todos los demás.
Empecé a batallar con esto, pero me entró la terquedad y dije: ‘Lo voy a hacer
porque yo lo voy a hacer’”.
“Luego empezaron con varias actividades, concursos y dije: ‘Yo
quiero eso…’. Empecé a entrenar más fuerte, correr en las mañanas, me metí al
gimnasio” y para mejorar sus habilidades se ha unido a las clases de jazz y
ballet.
Confiesa que al principio tuvo dudas, pues pensó que por su
edad (35 años) la directora, Janette Pasos, le pediría que dejara de asistir porque
“son puros chamacos los que toman la clase”. Pero “todos los chicos son muy
abiertos, te integran. Técnicas del Arte ya es una familia. Todos se echan
porras, todos nos llevamos; cuando vamos a concursos y presentaciones van los
papás y convivimos. Además de que soy estudiante, soy papá”.
Su primera actuación en público fue en la edición 2016 del
espectáculo “Playbacks” de la
Universidad Anáhuac Mayab.
Con los maestros Winston Rosas y Francia Quintal, y Franco Cruz. La fotografía es de cortesía |
Hace un año, al maestro Javier Atos y al alumno Eliézer Pecciau
les pidieron ayuda para actuar como tanes en una presentación de danzas
polinesias. “Yo, como soy un metiche, dije: ‘Pues yo también quiero’”, agrega
Jorge Carlos riendo. Ahí conoció el trabajo de la maestra Francia Quintal,
actualmente cabeza del grupo de la disciplina. “Es muy apasionada de su
trabajo, deja mucha huella, te impacta cómo te presenta las cosas, todo lo que se
hace tiene un porqué”, afirma.
Jorge Carlos decidió convertirse en su alumno regular. “Nunca
había entrenado a ningún hombre, sabía algunos básicos y empezamos con eso; después
ella se metió a investigar y sacar más cosas”. Su primera participación en un seminario concurso de danzas
polinesias fue en el Mahoti Parataito del abril pasado en Cancún, en el que tomó
clases con el tane Tommy Tihoni. “Me dediqué a entrenar para sacar el solo (coreografía de la maestra Francia). Mis
compañeras, que son buenísimas, se llevaron primer lugar y becas. Yo hice,
considero, un buen papel, llamé la atención”.
Para Jorge Carlos la
danza “no es una carrera, pero sí una pasión; me gusta mucho porque es una
actividad que hago en conjunto con mi hijo y mi esposa está muy metida, nos
toma fotos y vídeo, nos ayuda con el vestuario, va a todas las presentaciones”.
¿Y qué hay de los prejuicios sobre los varones que bailan?
Él no los ha experimentado, “a lo más que me enfrento es ‘¿cómo te da tiempo de
bailar?, ¿en qué trabajas que tienes tiempo de entrenar tanto?’ y, como ya
estoy grande, ‘¿cómo aguantas?, ¿no te lastimas?’”.
“Mi mayor problema son las facturas del cuerpo: fui gordo,
mis rodillas no aguantan como antes, entreno con una ‘armadura’ que me quito a
la hora de salir a bailar, tengo que cuidar mi alimentación y no comer
carbohidratos entre semana, ir al gimnasio para mantener la musculatura”. Fuera
de eso, “en mi trabajo hasta me aplauden, llama la atención que tenga la
capacidad de hacer cosas que gente de mi edad no puede”.
Pero con su hijo sí llegó a hacer frente a ideas
preconcebidas: le sugirieron que, en lugar de danza, lo llevara a
entrenamientos de fútbol, básquetbol, béisbol o karate. “Yo y mi esposa no
comemos de lo que nos dice la gente, no nos puede importar menos lo que piensen
los demás; si a mi hijo le hace feliz bailar, yo lo voy a apoyar toda la vida;
si en diez años decide que ya no le gusta y quiere aprender a tocar el
triángulo pues adelante, le voy a aplaudir”.
En su pequeño y en él mismo ha notado el beneficio
disciplinario de la danza, algo que,
sin embargo, muchas personas no alcanzan a
comprender. “Te dicen: ‘Oye, falta a un ensayo…’. Avanzan un montón en un
ensayo, es tiempo que ya no recuperas, cuando llegas la siguiente vez todos
están más arriba de ti”.
“La gente dice: ‘Ay, sólo estás bailando, te lo aprendes y ya’. No es así. El mundo de afuera que no conoce esta pasión no lo entiende, no ve todo lo que tienes que pasar para llegar a esos tres minutos en los que sales (a actuar) y si lo echas a perder todo el trabajo que hiciste y de tus compañeros se va al garate”.
Fotografía de cortesía |
“La gente dice: ‘Ay, sólo estás bailando, te lo aprendes y ya’. No es así. El mundo de afuera que no conoce esta pasión no lo entiende, no ve todo lo que tienes que pasar para llegar a esos tres minutos en los que sales (a actuar) y si lo echas a perder todo el trabajo que hiciste y de tus compañeros se va al garate”.
Comentarios
Publicar un comentario